domingo, 22 de noviembre de 2009

Mensajéame (mensajes II).

La parición del celular que manda mensajitos o tal vez el internet, mediante el email, facilitó, a muchas personas y me incluyo, el estar mandando mensajitos. Y de los hay de muchos tipos: amorosos, los que amenazan (esos dan risa y miedo), los que manifiestan el odio, los que manifiestan lo que sientes y no demuestras, y hasta los misios (esos que te avisan para que llames). Así, ya es conocido este tema.

Antes de comenzar a estudiar en la universidad, no le daba mucho interés al aparatito que nos mantiene comunicados (el celular). Sin embargo, sí tenía la necesidad de mantenerme comunicado y era mediante el internet, sentía que debería ser indispensable una cabina cerca al lugar en donde podía estar ubicado: siempre una cabina de internet cerca, y si no lo había, ya tenía unos huequitos donde depositar mi dinero para satisfacer mi apetito por encontrar algún correo esperado o algún contacto. Así comencé, entonces, mi tan furtivo vicio por los mensajes, constantemente en espera. Y si pues, escribía en mi correo muchas cosas, quizá pàra llamar la atención, así como hacen las cadenas. Escribía correos para luego esperar respuesta. Cuando recibía era una fiesta mía, un logro al ver el sólo nombre de quién lo envió, sin percatarse del asunto. También me llenarón de desabridas sensaciones, que me asignaron a escribir mensajes, y muchos, para recibir respuesta en donde una negativa no era pretexto para dejar de insistir.

Junto a esta adicción estaba el tan conocido msn (messenger), en este sitio los mensajitos son instantáneos y en tiempo real, donde se incluyen los emoticones, que suelen ser farsantes muchas veces (excepto por la señorita, que llamó infantil el emoticon de llanto). En fin, era un escape de mi soledad cuando necesitaba estar acompañado por quienes puedo confiar y confío sueños y fracasos, ilusiones y desilusiones, tropiezos y más tropiezos con discretos triunfos.

Los fines de semana Marlon, un amigo del colegio a quién era la única persona a quién podía ver en la realidad y no de manera virtual (a los caballeros de la mesa cuadrada sólo me los encontraba en el msn), nos encontrabamos en un punto (su casa) para frecuentar unas cabinas internet y así saciar nuestra hambre de navegar en el chat y sobretodo yo por revisar los mensajes esperados y los inesperados que no valían la espera. Pero no era la comodidad de esas cabinas, sino era una respuesta a los mensajes que transportaban ciertas feromonas de las señoritas que administraban tal negocio. No recuerdo las veces que frecuentamos ese lugar, pero nos agradaba responder a tales mensajes "feromónicos". Sin embargo, nunca entablamos, mi amigo y yo, confianza con las remitentes de los mensajes orgánicos. El tiempo pasó, Marlon y yo nos dejamos de ver. Ergo, seguí frecuentando las cabinas esperando las respuestas a los mensajes mandados.

Pasaron casi cuatro años de tan incansable espera, que decidí continuar construyendo mi historia. Claro, sin dejar de lado mi comunicación con los demás. Y mis mensajes dejaron de ser específicos: la mayoría de mis contactos en el correo eran los destinatarios. Esta vez ya no esperaba respuestas, pero si lo había bien, sin embargo, nunca llegaron ni siquiera los comentarios. En fin lo tomaba sin importancia.

Al comenzar la universidad recibí como regalo un celular, el primero que tuve. Lo novedoso de este pequeñuelo, por el tiempo en el que fue comprado, es que era a colores y tenía acceso a internet (eso era lo que decían). Pero cuando llegó a mis manos ya la tecnología aceleraba junto con el poder adquisitivo de las personas que salieron celulares más modernos que podían llevar canciones en formato mp3, ya tenían una cámara incorporada. Haya como haya llegado a mis manos ese aparatito, me acompañó y se convirtió en el testigo y cómplice de los nuevos mensajes que estaba editando y sellando con mi firma. Fue testigo de un pseudomensaje, testigo de buenos y hermosos mensajes, de mis mensajeadas por la madrugada, las tardes, de las noches, y de los gastos de saldo en mensajes y llamadas por las noches. Esta dependencia por enviar y recepcionar mensajes me convirtió de una persona depediente a su presencia: tenía que estar a mi lado... Por ese loco afan de mensajear. Las veces que no tenía ese bendito aparato lo sentía por telequinesis los nuevos mensajes que caían en el buzón de mensajes, y claro, algunas veces la telequinesis me engañaba. Pero ya me hacía raro no encontrar un mensaje en ese celular.

El día que desapareció, fue trágico, mi dependencia no podía soportar un día sin un instrumento parecido que pudiera reemplazar el espacio vacío que había dejado en mi materialista bolsillo. Pero con el tiempo fue reemplazado para llenar ese espacio que había dejado a mi celudependencia, cuya causa es el mensajeo. Sus reemplazos fueron dos.

Ahora "Nueva Era" de dependencia, ya no de celudependencia, sino de msndependecia. Espero la respuesta con tan sola presencia. Espero la respuesta con el tan sólo haber leído los mensajes. Espero con comentarios inesperados esas respuestas. Solo espero volver a ver los mensajes que transmiten unas miradas. Sólo con volver a saber que existen tales presencias, que para ellas tambien soy una presencia (existente y palpable), para saber que respondieron en la mañana cuando estoy dormido y en la noche cuando estoy despierto y yo no me entero que resondieron. Porque ya no espero respuestas a mis mensajes. Solo mensajea sabiendo que lo has leído y que está mal o que está bien.





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